Objetores de conciencia en Argentina

Relatos: La incorporación

El dilema de ponerse la ropa militar.

Los hermanos en Argentina tenían claro que una de las primeras cosas que los identificaban como soldados era portar el uniforme militar.

De hecho, en muchas ocasiones, se posponía su declaración de neutralidad y se le amenazaba con golpes, cárcel y otras acciones. Pero el punto culminante aparecía cuando toda la formación recibía el uniforme militar y se le ordenaba quitarse la ropa de civil.

Los Testigos de Jehová en Argentina nos negábamos a realizar este acto, por lo que indefectiblemente ESE era el inicio del sumario en el que se nos acusaba de INSUBORDINACION, y en algunos casos malintencionados se agregaba que el acto ocurrió delante de la tropa reunida, lo que agravaba la pena.

Dado que el acto en sí de no querer usar el uniforme militar era desencadenante de las condenas largas que se imponían a partir de 3 años y 1 mes(*) la mayoría de los hermanos tenía un total rechazo a vestir prendas que fueran de confección militar, prefiriendo usar ropa civil.

Incluso, muchos de los que aceptaron usar la ropa militar en la unidad en la que fueron incorporados, se encontraron que al final del año militar le fueron entregados sus DNI firmados como si hubieran efectuado el servicio militar, aunque estuvieron todo el tiempo en el calabozo de la unidad. Esto era así porque había órdenes superiores que sugerían aumentar la presión hacia los Testigos de Jehová, y la unidad militar que reportaba un caso de Testigo de Jehová insubordinado quedaba con un mal concepto, como si no eran lo suficientemente capaces de doblegar al Testigo. Pero si un hermano rehusaba colocarse el uniforme militar y vestía de civil, no pasaba desapercibido y por lo tanto la autoridad de la unidad iniciaba la información de la situación.

De acuerdo a los antecedentes nombrados, mientras estaban en los cuarteles, casi ningún hermano aceptaba usar algún tipo de prenda confeccionada por los militares, ni siquiera aquella que no era estrictamente de combate como por ejemplo las prendas de tareas generales, de cocina o de enfermería.

Cuando ese hermano que vestía de civil era trasladado a alguna de las prisiones, veía con horror que sus hermanos estaban vestidos con la ropa militar, algunos incluso con pantalones de combate, para comodidad de trabajo.

Muchos no quisieron vestirse con la ropa militar y soportaron los castigos que se aplicaban en las prisiones a los que faltaban al reglamento. Con el tiempo y con la paciencia de los compañeros ya recluidos se les explico que una vez que tenían el proceso de insubordinación, o más aún, cuando ya habían sido condenados; ya que daba suficientemente claro para todos que era un testigo fiel.

La ropa no lo identificaba como testigo sino, su actitud y condena.

Por otro lado, ya no estaba en una unidad militar en la que DEBÍA distinguirse de los demás individuos que eran soldados.

Ahora estaba en una prisión, donde era obvio que estaba cumpliendo una condena. Por eso, con el tiempo la gran mayoría acepto utilizar algún tipo de uniforme militar, que valga la redundancia no tenía nada de “uniforme” ya que eran prendas de vestir de rezago de las fuerzas armadas, y otros tipo de vestimenta para tareas generales.

Esto en si fue una medida práctica, ya que se cuidaban los escasos recursos que tenían los hermanos en prisión en esa época, y el haber usado su ropa de civil hubiera ocasionado gastos innecesarios a ellos y especialmente a sus familias.

Las siguientes experiencias muestran porque los hermanos NO QUERÍAN usar uniforme en el cuartel (ver experiencia de Hungría) y por otra parte, porque los hermanos SI ACEPTABAN usar ropa de las fuerzas armadas cuando estaban en prisión (ver experiencia del hermano CUMINETTI).

Condenas que tenían una duración de casi cuatro años en forma efectiva ya que el sistema judicial militar no contaba el tiempo que el testigo estaba en detención sin iniciársele el sumario, quizás por negligencia de la autoridad de la unidad en la que fue incorporado; y posteriormente porque se utilizaba el concepto de contar la mitad del tiempo que estuvo recluido sin juicio [prisión preventiva rigurosa]. La injusticia de este método queda clara cuando se compara con las legislaciones civiles de los distintos países, donde el tiempo en que el individuo está esperando juicio se cuenta 2×1 a favor del acusado, quien no tiene la culpa que el sistema judicial sea lento.

Aportado por: MANGIARDO, Carmelo Luís, clase 1962.

Otro intento de engañar *** yb96 págs. 102-104 Hungría ***
En el verano de 1955 pusieron en libertad a unos cien hermanos del campo de Tólápa. Después de volver a estar con su familia durante seis semanas, se les obligó a ir al pueblo de Szentendre, cerca de Budapest.

Cuando llegaron, los introdujeron en una gran sala. Un oficial les comunicó que no tendrían que tomar las armas porque el gobierno había adoptado una disposición especial que agradecerían. En lugar de llevar armas o transportar municiones, lo único que tendrían que hacer sería construir carreteras, puentes, ferrocarriles y proyectos similares. En unos meses volverían a casa con sus familias. Aquel plan les pareció una buena idea a muchos de los hermanos de menos experiencia, pero algunos hermanos maduros sospecharon que era una trampa y preguntaron: “¿Se espera también que construyamos proyectos militares?”. No les dieron ninguna respuesta directa.

Después los hermanos preguntaron si tendrían que llevar uniformes. El oficial respondió que se les suministrarían gorras y que si querían también podrían utilizar uniformes para no gastar su propia ropa. A algunos les pareció razonable. Entonces se dio la orden: “Los que estén dispuestos a trabajar dos o tres meses y luego volver a casa con su familia, pueden ir al almacén y cambiar la ropa de civil por uniformes y botas. Los que no estén dispuestos a hacer este trabajo pueden esperar sentencias de entre cinco y diez años de prisión”.

Fue una prueba difícil para los hermanos. Algunos ya habían pasado cuatro años en prisión o en campos de detención. Ahora, después de probar seis semanas de libertad, se les iba a enviar a alguna oscura mina o cantera a pasar otra vez por lo mismo. Algunos razonaron que sería solo cuestión de meses, y que después podrían volver con sus familias y servir a Jehová libremente. De los cien hermanos, unos cuarenta se dirigieron lentamente a ponerse los uniformes.

Los demás hermanos llegaron a la conclusión, después de orar, de que lo que se les ofrecía no era otra cosa que servicio militar y que se les consideraría una brigada de trabajo del ejército. Como deseaban mantener su neutralidad cristiana, rechazaron la propuesta.

De modo que en una parte de la sala estaban los que habían aceptado los uniformes, y en la otra, los que no. En ese momento entró un cabo en la habitación y le gritó a un Testigo que tenía cerca: “¿No sabe saludar?”. El hermano respondió que era un civil, no un soldado. El cabo se dio cuenta entonces de que los hermanos estaban divididos en dos grupos, unos con uniforme, y otros, vestidos con ropa de civil. Se dirigió con actitud de mando a los que tenían puesto el uniforme y les dijo: “¡Atención! De ahora en adelante, los que han aceptado este servicio militar deben saludar y cuadrarse cuando entre un superior. A partir de ahora son soldados y tienen la obligación de obedecer todas las órdenes”.

La habitación quedó en silencio unos momentos, hasta que los que tenían puesto el uniforme, consternados, expresaron audiblemente su indignación: “¡No somos soldados! ¡No hemos acordado rendir servicio militar! ¡Solo hemos convenido en trabajar!”. Al oír el alboroto, el oficial que se había dirigido anteriormente a los hermanos volvió a entrar en la habitación y vio que el cabo lo había echado todo a perder. Trató de razonar con los hermanos, pero la mayoría ya se había quitado el uniforme y exigía que se le devolviera la ropa. El soldado que se encargaba del almacén no quería hacerlo, pero gracias al empeño firme de los hermanos, se la devolvieron a la mañana siguiente.

A continuación entraron en la sala varios oficiales de alto rango y colocaron a los hermanos en filas. Uno de ellos les ordenó: “Los que estén dispuestos a aceptar este servicio militar, den un paso al frente”. Nadie se movió. Entonces ordenó: “Los que no estén dispuestos a aceptar este servicio militar, den un paso al frente”. Como si se hubiera accionado el resorte indicado, esta vez todos dieron un paso al frente.


EL JUICIO DEL HERMANO CUMINETTI *** yb82 págs. 121-128 Italia ***
Cuando Italia entró en la guerra en mayo de 1915, empezó un período muy difícil para un miembro de la congregación, el hermano Remigio Cuminetti. Cuando se le reclutó para el servicio militar, él decidió mantener su neutralidad. (Isa. 2:4; Juan 15:19) Esto significaba que sería enjuiciado por el Tribunal Militar de Alessandria. La hermana Clara Cerulli asistió al juicio y envió un informe detallado de éste al hermano Giovanni DeCecca, quien estaba en el Betel de Brooklyn, pues ella sabía que él siempre se interesaba en lo que estaba sucediendo en el campo italiano. Su carta, con fecha del 19 de septiembre de 1916, constituye un relato auténtico de lo que sucedió:
“Mi estimado hermano en Cristo, [……] “La hermana Fanny Lugli y yo tuvimos el privilegio de hablar con nuestro querido hermano. Todos le admiraban. Aun los jueces quedaron asombrados ante su actitud humilde, la cual estaba ligada al valor que despliegan los hijos de la luz al rehusar inclinarse ante los poderes terrestres. Ellos se inclinan únicamente ante Dios mientras le oran con espíritu y verdad.”

“LA ODISEA DE UN OBJETOR DE CONCIENCIA”
Lo que sucedió después del juicio constituye en sí otro relato. Este fue tan notable que se publicó años después en el número de julio/agosto de 1952 de la publicación L’Incontro.

Los siguientes extractos son del artículo intitulado “La Odisea de un objetor de conciencia durante la I Guerra Mundial”: “Este Testigo se llamaba Remigio Cuminetti, y había nacido en Porte di Pinerolo en 1890. . . .

“No obstante, cuando estalló la guerra, la fábrica de máquinas [la RIV de Villar Perosa] fue incorporada en el esfuerzo bélico y se requirió que los obreros usaran una banda de identificación y se pusieran bajo la autoridad militar. Cuminetti pudo haber optado por hacer esto y permanecer como civil. Si lo hubiera hecho, habría evitado las pruebas que tuvo que soportar después. Como obrero especializado se le hubiera concedido una prórroga permanente respecto a la llamada a rendir servicio militar, pero él inmediatamente pensó para sí: ‘Después de haber dedicado mi vida a Dios, ¿puedo seguir haciendo la voluntad de Él y, a la misma vez, contribuir al esfuerzo bélico? Estaría desobedeciendo, aunque indirectamente, los mandamientos que dicen: “No matarás,” y, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” ¿No son los alemanes y los austriacos mi prójimo al igual que los franceses, los ingleses y los rusos?’ A este hombre sincero la respuesta le parecía obvia y bien definida . . .

“Cuando se reclutó para el servicio militar a los de su edad, él se adhirió a sus convicciones y rehusó unirse al ejército. El resultado fue que se le arrestó de nuevo y se le enjuició ante el Tribunal Militar de Alessandria. Se le sentenció a tres años y medio de prisión [en realidad tres años y dos meses] y se le envió a la prisión militar de Gaeta . . . Pero a las autoridades militares les pareció injusto que él pasara su tiempo tranquilamente en la prisión mientras sus compatriotas arriesgaban la vida en el campo de batalla. . . . Decidieron sacarlo de la prisión y enviarlo a la comandancia, donde se le obligaría a ser soldado y pelear por su patria . . . cuando llegó allí, rehusó ponerse el uniforme y se le dejó en camisa afuera en el patio.”

“Después de pasar algún tiempo en esta condición, entre la mofa general de sus compañeros, reflexionó sobre el asunto y decidió que el simplemente usar cierta ropa no haría de él un soldado. Razonó que no se podía considerar como soldado ni someter a disciplina militar a nadie a menos que se pegara las estrellas a la chaqueta. Así que se puso el uniforme sin las estrellas y nadie pudo lograr que él se las pusiera en el cuello del uniforme. Le enviaron de nuevo a la prisión y de allí lo transfirieron a un manicomio, pues las autoridades llegaron a la conclusión de que tenía que estar loco. Puesto que nada le impedía razonar tan bien como cualquier otra persona, el director del asilo no pudo clasificarlo como demente y lo envió de nuevo a su regimiento. Debido a que se negaba resueltamente a usar estrellas militares o desempeñar cualquier tipo de servicio militar, no pasó mucho tiempo antes de que fuera a parar otra vez a la prisión. De modo que pasó varios meses yendo de la prisión al manicomio y viceversa.

“Finalmente se le envió a su regimiento, y esta vez cierto comandante del ejército decidió poner fin a la resistencia constante de Cuminetti de una vez para siempre. Un día le ordenó a punta de pistola que tomara sus armas y se fuera a las trincheras. Cuminetti . . . sabía que este comandante ya había matado a varios soldados debido a faltas mucho menores, . . . así que estaba seguro de que le había llegado la hora. No obstante, tranquilamente rehusó tocar las armas. Entonces el comandante dijo a otros dos soldados que le prepararan una mochila, se la pusieran en la espalda y que le ajustaran una cartuchera, un sable y otras cosas por el estilo alrededor de la cintura. Después de haber hecho que se le vistiera así, el comandante lo amenazó una vez más con el revólver y le ordenó irse a las líneas. Puesto que Cuminetti no se movía, se ordenó a dos soldados que lo llevaran por fuerza a las trincheras, sujetándolo por las piernas y los brazos. En ese momento, mientras se lo llevaban, Cuminetti comentó: ‘¡Pobre Italia! Si a sus soldados se les tiene que llevar a las trincheras por la fuerza, ¿cómo logrará ella ganar la guerra?’ Este comentario hizo que hasta aquel comandante feroz e implacable cediera y ordenara que a Cuminetti se le quitara todo el equipo militar y se le pusiera de vuelta en la prisión.

“Después de cierto tiempo, el coronel del regimiento lo mandó a buscar. Este oficial había decidido razonar amablemente con él para que se pusiera las estrellas militares. Le llamó a su oficina y le aseguró de toda manera posible que si él obedecía las órdenes, nunca tendría que tocar un arma, y que se harían arreglos para que él sirviera detrás de las líneas de combate. Cuminetti admitió luego . . . que ésta fue la prueba más difícil por la cual había tenido que pasar hasta entonces. En cierto momento, al ver la actitud humilde y respetuosa de Cuminetti, el coronel pensó que había ganado la batalla y dijo en un tono paternal: ‘Pobrecito, ¿cómo podría luchar usted solo contra la fuerza formidable de todo el ejército? Estaría destinado a quedar vencido. Ahora voy a prenderle las estrellas y usted va a usarlas sin rebelarse más. Estoy haciendo esto por su propio bien y le juro que usted no tendrá que disparar contra otros hombres y que respetaremos por completo sus ideas.’
“Cuminetti contestó sencillamente: ‘Señor coronel, si usted trata de prenderme las estrellas en el uniforme, dejaré que lo haga; ¡pero tan pronto salga me las quitaré de nuevo!’ Ante una decisión tan inflexible, el coronel no insistió más y lo abandonó a su destino.

“Debido a su fe, este hombre humilde y sencillo fue sometido a juicio cinco veces. Se le encarceló en Regina Coeli, Roma, Piacenza y Gaeta, y se le internó en el manicomio de Reggio de Emilia.”
El veredicto que pronunció contra él el Tribunal Militar de Alessandria el 18 de agosto de 1916 está registrado bajo el número 10419 en el Registro de Litigios que se encuentra en los Archivos del Tribunal Militar en Turín. Sin duda alguna, el hermano Cuminetti fue el primer Testigo italiano que adoptó la posición de neutralidad cristiana y probablemente el primer objetor de conciencia en la historia de la Italia del día moderno.