Otro intento de engañar *** yb96 págs. 102-104 Hungría ***
En el verano de 1955 pusieron en libertad a unos cien hermanos del campo de
Tólápa. Después de volver a estar con su familia durante seis semanas, se les
obligó a ir al pueblo de Szentendre, cerca de Budapest.
Cuando llegaron, los introdujeron en una gran sala. Un oficial les comunicó que
no tendrían que tomar las armas porque el gobierno había adoptado una
disposición especial que agradecerían. En lugar de llevar armas o transportar
municiones, lo único que tendrían que hacer sería construir carreteras, puentes,
ferrocarriles y proyectos similares. En unos meses volverían a casa con sus
familias. Aquel plan les pareció una buena idea a muchos de los hermanos de
menos experiencia, pero algunos hermanos maduros sospecharon que era una trampa
y preguntaron: “¿Se espera también que construyamos proyectos militares?”. No
les dieron ninguna respuesta directa.
Después los hermanos preguntaron si tendrían que llevar uniformes. El oficial
respondió que se les suministrarían gorras y que si querían también podrían
utilizar uniformes para no gastar su propia ropa. A algunos les pareció
razonable. Entonces se dio la orden: “Los que estén dispuestos a trabajar dos o
tres meses y luego volver a casa con su familia, pueden ir al almacén y cambiar
la ropa de civil por uniformes y botas. Los que no estén dispuestos a hacer este
trabajo pueden esperar sentencias de entre cinco y diez años de prisión”.
Fue una prueba difícil para los hermanos. Algunos ya habían pasado cuatro años
en prisión o en campos de detención. Ahora, después de probar seis semanas de
libertad, se les iba a enviar a alguna oscura mina o cantera a pasar otra vez
por lo mismo. Algunos razonaron que sería solo cuestión de meses, y que después
podrían volver con sus familias y servir a Jehová libremente. De los cien
hermanos, unos cuarenta se dirigieron lentamente a ponerse los uniformes.
Los demás hermanos llegaron a la conclusión, después de orar, de que lo que se
les ofrecía no era otra cosa que servicio militar y que se les consideraría una
brigada de trabajo del ejército. Como deseaban mantener su neutralidad
cristiana, rechazaron la propuesta.
De modo que en una parte de la sala estaban los que habían aceptado los
uniformes, y en la otra, los que no. En ese momento entró un cabo en la
habitación y le gritó a un Testigo que tenía cerca: “¿No sabe saludar?”. El
hermano respondió que era un civil, no un soldado. El cabo se dio cuenta
entonces de que los hermanos estaban divididos en dos grupos, unos con uniforme,
y otros, vestidos con ropa de civil. Se dirigió con actitud de mando a los que
tenían puesto el uniforme y les dijo: “¡Atención! De ahora en adelante, los que
han aceptado este servicio militar deben saludar y cuadrarse cuando entre un
superior. A partir de ahora son soldados y tienen la obligación de obedecer
todas las órdenes”.
La habitación quedó en silencio unos momentos, hasta que los que tenían puesto
el uniforme, consternados, expresaron audiblemente su indignación: “¡No somos
soldados! ¡No hemos acordado rendir servicio militar! ¡Solo hemos convenido en
trabajar!”. Al oír el alboroto, el oficial que se había dirigido anteriormente a
los hermanos volvió a entrar en la habitación y vio que el cabo lo había echado
todo a perder. Trató de razonar con los hermanos, pero la mayoría ya se había
quitado el uniforme y exigía que se le devolviera la ropa. El soldado que se
encargaba del almacén no quería hacerlo, pero gracias al empeño firme de los
hermanos, se la devolvieron a la mañana siguiente.
A continuación entraron en la sala varios oficiales de alto rango y colocaron a
los hermanos en filas. Uno de ellos les ordenó: “Los que estén dispuestos a
aceptar este servicio militar, den un paso al frente”. Nadie se movió. Entonces
ordenó: “Los que no estén dispuestos a aceptar este servicio militar, den un
paso al frente”. Como si se hubiera accionado el resorte indicado, esta vez
todos dieron un paso al frente.
EL JUICIO DEL HERMANO CUMINETTI
*** yb82 págs. 121-128 Italia ***
Cuando Italia entró en la guerra en mayo de 1915, empezó un período muy difícil
para un miembro de la congregación, el hermano Remigio Cuminetti. Cuando se le
reclutó para el servicio militar, él decidió mantener su neutralidad. (Isa. 2:4;
Juan 15:19) Esto significaba que sería enjuiciado por el Tribunal Militar de
Alessandria. La hermana Clara Cerulli asistió al juicio y envió un informe
detallado de éste al hermano Giovanni DeCecca, quien estaba en el Betel de
Brooklyn, pues ella sabía que él siempre se interesaba en lo que estaba
sucediendo en el campo italiano. Su carta, con fecha del 19 de septiembre de
1916, constituye un relato auténtico de lo que sucedió:
“Mi estimado hermano en Cristo, [……] “La hermana Fanny Lugli y yo tuvimos el
privilegio de hablar con nuestro querido hermano. Todos le admiraban. Aun los
jueces quedaron asombrados ante su actitud humilde, la cual estaba ligada al
valor que despliegan los hijos de la luz al rehusar inclinarse ante los poderes
terrestres. Ellos se inclinan únicamente ante Dios mientras le oran con espíritu
y verdad.”
“LA ODISEA DE UN OBJETOR DE CONCIENCIA”
Lo que sucedió después del juicio constituye en sí otro relato. Este fue tan
notable que se publicó años después en el número de julio/agosto de 1952 de la
publicación L’Incontro.
Los siguientes extractos son del artículo intitulado “La Odisea de un objetor de
conciencia durante la I Guerra Mundial”: “Este Testigo se llamaba Remigio
Cuminetti, y había nacido en Porte di Pinerolo en 1890. . . .
“No obstante, cuando estalló la guerra, la fábrica de máquinas [la RIV de Villar
Perosa] fue incorporada en el esfuerzo bélico y se requirió que los obreros
usaran una banda de identificación y se pusieran bajo la autoridad militar.
Cuminetti pudo haber optado por hacer esto y permanecer como civil. Si lo
hubiera hecho, habría evitado las pruebas que tuvo que soportar después. Como
obrero especializado se le hubiera concedido una prórroga permanente respecto a
la llamada a rendir servicio militar, pero él inmediatamente pensó para sí:
‘Después de haber dedicado mi vida a Dios, ¿puedo seguir haciendo la voluntad de
Él y, a la misma vez, contribuir al esfuerzo bélico? Estaría desobedeciendo,
aunque indirectamente, los mandamientos que dicen: “No matarás,” y, “Amarás a tu
prójimo como a ti mismo.” ¿No son los alemanes y los austriacos mi prójimo al
igual que los franceses, los ingleses y los rusos?’ A este hombre sincero la
respuesta le parecía obvia y bien definida . . .
“Cuando se reclutó para el servicio militar a los de su edad, él se adhirió a
sus convicciones y rehusó unirse al ejército. El resultado fue que se le arrestó
de nuevo y se le enjuició ante el Tribunal Militar de Alessandria. Se le
sentenció a tres años y medio de prisión [en realidad tres años y dos meses] y
se le envió a la prisión militar de Gaeta . . . Pero a las autoridades militares
les pareció injusto que él pasara su tiempo tranquilamente en la prisión
mientras sus compatriotas arriesgaban la vida en el campo de batalla. . . .
Decidieron sacarlo de la prisión y enviarlo a la comandancia, donde se le
obligaría a ser soldado y pelear por su patria . . . cuando llegó allí, rehusó
ponerse el uniforme y se le dejó en camisa afuera en el patio.”
“Después de pasar algún tiempo en esta condición, entre la mofa general de sus
compañeros, reflexionó sobre el asunto y decidió que el simplemente usar cierta
ropa no haría de él un soldado. Razonó que no se podía considerar como soldado
ni someter a disciplina militar a nadie a menos que se pegara las estrellas a la
chaqueta. Así que se puso el uniforme sin las estrellas y nadie pudo lograr que
él se las pusiera en el cuello del uniforme. Le enviaron de nuevo a la prisión y
de allí lo transfirieron a un manicomio, pues las autoridades llegaron a la
conclusión de que tenía que estar loco. Puesto que nada le impedía razonar tan
bien como cualquier otra persona, el director del asilo no pudo clasificarlo
como demente y lo envió de nuevo a su regimiento. Debido a que se negaba
resueltamente a usar estrellas militares o desempeñar cualquier tipo de servicio
militar, no pasó mucho tiempo antes de que fuera a parar otra vez a la prisión.
De modo que pasó varios meses yendo de la prisión al manicomio y viceversa.
“Finalmente se le envió a su regimiento, y esta vez cierto comandante del
ejército decidió poner fin a la resistencia constante de Cuminetti de una vez
para siempre. Un día le ordenó a punta de pistola que tomara sus armas y se
fuera a las trincheras. Cuminetti . . . sabía que este comandante ya había
matado a varios soldados debido a faltas mucho menores, . . . así que estaba
seguro de que le había llegado la hora. No obstante, tranquilamente rehusó tocar
las armas. Entonces el comandante dijo a otros dos soldados que le prepararan
una mochila, se la pusieran en la espalda y que le ajustaran una cartuchera, un
sable y otras cosas por el estilo alrededor de la cintura. Después de haber
hecho que se le vistiera así, el comandante lo amenazó una vez más con el
revólver y le ordenó irse a las líneas. Puesto que Cuminetti no se movía, se
ordenó a dos soldados que lo llevaran por fuerza a las trincheras, sujetándolo
por las piernas y los brazos. En ese momento, mientras se lo llevaban, Cuminetti
comentó: ‘¡Pobre Italia! Si a sus soldados se les tiene que llevar a las
trincheras por la fuerza, ¿cómo logrará ella ganar la guerra?’ Este comentario
hizo que hasta aquel comandante feroz e implacable cediera y ordenara que a
Cuminetti se le quitara todo el equipo militar y se le pusiera de vuelta en la
prisión.
“Después de cierto tiempo, el coronel del regimiento lo mandó a buscar. Este
oficial había decidido razonar amablemente con él para que se pusiera las
estrellas militares. Le llamó a su oficina y le aseguró de toda manera posible
que si él obedecía las órdenes, nunca tendría que tocar un arma, y que se harían
arreglos para que él sirviera detrás de las líneas de combate. Cuminetti admitió
luego . . . que ésta fue la prueba más difícil por la cual había tenido que
pasar hasta entonces. En cierto momento, al ver la actitud humilde y respetuosa
de Cuminetti, el coronel pensó que había ganado la batalla y dijo en un tono
paternal: ‘Pobrecito, ¿cómo podría luchar usted solo contra la fuerza formidable
de todo el ejército? Estaría destinado a quedar vencido. Ahora voy a prenderle
las estrellas y usted va a usarlas sin rebelarse más. Estoy haciendo esto por su
propio bien y le juro que usted no tendrá que disparar contra otros hombres y
que respetaremos por completo sus ideas.’
“Cuminetti contestó sencillamente: ‘Señor coronel, si usted trata de prenderme
las estrellas en el uniforme, dejaré que lo haga; ¡pero tan pronto salga me las
quitaré de nuevo!’ Ante una decisión tan inflexible, el coronel no insistió más
y lo abandonó a su destino.
“Debido a su fe, este hombre humilde y sencillo fue sometido a juicio cinco
veces. Se le encarceló en Regina Coeli, Roma, Piacenza y Gaeta, y se le internó
en el manicomio de Reggio de Emilia.”
El veredicto que pronunció contra él el Tribunal Militar de Alessandria el 18 de
agosto de 1916 está registrado bajo el número 10419 en el Registro de Litigios
que se encuentra en los Archivos del Tribunal Militar en Turín. Sin duda alguna,
el hermano Cuminetti fue el primer Testigo italiano que adoptó la posición de
neutralidad cristiana y probablemente el primer objetor de conciencia en la
historia de la Italia del día moderno.