Relatos: La incorporación
El capellán me consiguió una Biblia…
SALINAS, Néstor, Clase 1946.
Soy Néstor Salinas, clase 1946, fui incorporado al Ejército en abril de 1967 en
Bariloche, en la Compañía de Montaña 6, al llegar al cuartel, un suboficial
principal me dijo que fuera al pañol para recibir la ropa de soldado. Le
expliqué mi posición como testigo de Jehová con respecto al servicio militar, a
lo que me dijo que ellos no querían cargar con un problema, dado que el cuartel
era un centro de distribución de soldados, iban a esperar hasta que me pudiesen
ubicar en algún otro lugar.
Estuve en espera de un destino dos meses, durmiendo sobre fardos de pasto en una
carpa, junto con 19 jóvenes (no testigos) más, hasta que fuimos cuatro a Santa
Rosa, La Pampa y el resto a Río Gallegos.
Fui destinado a un Grupo de Campaña del Batallón de Comunicaciones 21 de Bahía
Blanca. Este grupo tenía la tarea de realizar el tendido de telégrafos entre
Santa Rosa y Huinca Renancó (Córdoba). El centro de operaciones era Santa Rosa
en la oficina de Correos, estuve dos o tres días en un galpón con el grupo de
soldados de ese lugar hasta que me enviaron a un grupo que estaba trabajando en
Arata, un pueblo pequeño.
Allí dormíamos en un galpón que hacía las veces de cuadra y comíamos en un salón
del club del pueblo. Presento mi objeción por conciencia al servicio militar, de
modo que prepararon el escenario para dar formalidad a mi insubordinación. El
Teniente Carnelutti me imparte la orden tres veces de ponerme la ropa militar,
al desobedecerla, llama a dos soldados para que me detengan y me lleven a la
guardia, que funcionaba en el club.
Se me explicó que no había una ley que contemple la objeción por conciencia al
servicio militar, de modo que para dar una condena ejemplar, lo encuadraron en
la figura de “insubordinación”, al desobedecer una orden impartida tres veces.
El Teniente Carnelutti dijo que me hubiese puesto en un calabozo de campaña, y
que me salvó que no lo hiciera, el que el técnico de Correos, Roberto Puentes
quién estaba en ese momento en ese lugar, era Testigo de Jehová.
Al avanzar las obras de tendido, fuimos trasladados a Realicó, donde también
estuvimos en un galpón, hasta que me llevaron a Santa Rosa, el objetivo era para
que declare ante el Juez de Instrucción proveniente de Bahía Blanca.
Debido a que se dicta la prisión preventiva ya no podía estar en un lugar de
campaña, de modo que fui llevado al calabozo del cuartel de Toay, a once kms. de
Santa Rosa. Allí estuve unos meses, uno de los Jefes de Guardia, cuyo nombre no
recuerdo a esta altura, me hace levantar de noche, coloca el revolver sobre el
escritorio de la guardia y dice que me tiraría un tiro si no cambio de idea.
Finalmente me dejó ir a dormir.
Otra noche, otro Jefe de Guardia ordenó que me hagan levantar en cada cambio de
guardia, cada dos horas, a recorrer todo el perímetro del cuartel.
En pleno invierno, en el calabozo se nos entregaba el colchón a las 22 hs. Y se
nos retiraba a las seis de la mañana, luego quedábamos sentados en el piso de
cemento, a temperaturas bajo cero. Hubo un período que me sentía sumamente
enfermo, me llevaban a enfermería, y me daban una pastilla parecida a una
aspirina, la que recetaban para cualquier problema de salud, y me enviaban
nuevamente al calabozo, sin internarme. Hoy tengo serios problemas pulmonares,
con cicatrices en el área pulmonar.
Un oficial trató de hacer que cambie mi posición muy furioso, con órdenes e
insultos, luego hizo que me retiren la Biblia y la literatura bíblica que tenía.
Luego vino a visitarme un sacerdote, Capellán del Ejército, con grado de
Capitán, quien muy amablemente me llevaba todas las mañanas a caminar y
conversar por el cuartel, le mencioné que ellos como católicos usaban la Biblia,
entonces ¿por qué yo no podía tener una? Me prometió mediar ante el Teniente
Coronel Jefe de la Unidad, y luego me acercó la Biblia.
Un día me dice que había conseguido que me den de baja, le agradecí el interés
por mi situación. Me comentó que había solo que cumplir con una formalidad,
ponerme la ropa de soldado y saludar la bandera. Por supuesto le dije que mi
posición no era negociable, que estaba decidido a obedecer a mi Creador. Se
enojó muchísimo y no me saludó nunca más.
Hacia fin de año fui enviado a Campo de Mayo, a la Prisión Militar de
Encausados, donde había otros Testigos de Jehová, Norberto González, Mario Curci,
Alberto Castellini, Edgardo Dentón, Ernesto Solís, luego llegaron René López y
Hugo Musumano.
No recuerdo el mes, pero más o menos en febrero, marzo cuatro de nosotros fuimos
llevados en camión al consejo de Guerra en el centro de Buenos Aires, con Mario
Curci, Hugo Musumano, no recuerdo si con Alberto Castellini o con Edgardo
Dentón.
El defensor era un Oficial designado allí en el Consejo, lo conocí en el juicio,
el cual fue totalmente leído, la defensa, la acusación y la sentencia. No se nos
dio la oportunidad en ningún momento de explicar nuestra posición.
Luego del juicio, el Presidente del Consejo de Guerra, un Teniente Coronel, me
llevó a su oficina y me dijo que habían decidido aumentar las penas debido a la
curva ascendente de objetores por conciencia, con lo cual lograrían una curva
descendente de Testigos de Jehová que se negaran a hacer el Servicio Militar.
Días después, fuimos llevados en camión al Instituto Penal de las Fuerzas
Armadas en Magdalena, provincia de Buenos Aires. Estuvimos una semana en el
Pabellón 6 Bajo, luego nos asignaron al Pabellón 9 Alto donde estuve el resto de
la condena. Allí había cuatro testigos de Jehová más, Luna, Osvaldo Andrada,
Romero, Luís Álvarez y Miguel Pesci, luego fueron llegando más.
Eran de distintas Fuerzas, Norberto González, Ernesto Solís, Juan Heideman, Luís
Dinaro, Eraldo Omar Soto, Eduardo Urretarazu, Carlos Moyano, Alberto Arguello,
Oscar A. Castillo, René López, Padilla, Ricardo Carlino, Capiello, Francisco
Dieguez, Albino Retamales, Rubén Pasquini, Eduardo Chiapero, Ricardo Boja, Levi,
Kasán, dos hermanos de apellido Rivera.
En definitiva fueron varios años de plena juventud, que pudieron haber sido
ocupados en otras labores más productivas, todos esos años estuvimos privados de
la libertad, separados de la sociedad, por el “delito” de no querer “aprender la
guerra” (Isaías 2:4)