Relatos: La incorporación
Los primeros días..
MANTELLO, Sergio Rubén, Clase 1959.
El miércoles 8 de febrero de 1978, poco antes de las 5 de la mañana, mi viejo me
llevó hasta la Sociedad Rural de Rosario, Bvd. Oroño y 27 de Febrero. Allí
durante muchos años se llevaron a cabo las asambleas de distrito.
Esta vez me presentaba para cumplir con la incorporación al servicio militar, me
había tocado la Fuerza Aérea.
Nos tuvieron unas horas yendo de un lugar para otro, pasando lista y formando
grupos. Poco antes del mediodía nos subieron a camiones, de allí fuimos al
aeropuerto de Fisherton, nos subieron en un Hércules C130 y salimos.
El viaje fue relativamente corto. El destino final fue la Primer Brigada Aérea
“El Palomar”, en la ciudad del mismo nombre en la provincia de Buenos Aires.
Allí de nuevo a pasar lista y formar y nos movieron de un lado a otro. Nos
dieron de comer algo horrible (que fue similar a lo que tocó comer el resto de
los años de detención) y nos tuvieron toda la tarde esperando.
Uno no sabia mucho que hacer y cuando hablar o no. Así que decidí esperar hasta
último momento, pues se mencionaba que ese era un lugar de clasificación de
tropa y había más revisiones médicas. Por lo que quedaba una oportunidad de
regresar a casa
En esa base se reunía a toda la tropa que era incorporada para la fuerza, hacían
los chequeos finales de salud (física y sicológica) y se asignaba a que base se
iría a parar y se los transportaba nuevamente.
Todos esos días nos tuvieron dando vueltas, un día pasé la revisión física, luego
un chequeo psicológico que lo hacían mujeres de civil con guardapolvos blancos.
Allí uno debía responder sobre figuras, hacer un par de dibujos, conceptos y
relatar de actividades personales básicas y sobre la familia, si uno fumaba,
bebía, actividad sexual, etc. Como ante algunas respondí en negativo, la
psicóloga me envió a psiquiatría pues no le pareció normal la respuesta sobre la
no actividad sexual.
El psiquiatra era un oficial militar, me hizo algunas preguntas, llenó la ficha
y finalmente me preguntó el motivo de lo que hacía y no hacía, le expliqué los
principios por los que me guiaba, entendió de inmediato cual era mi religión y
allí me dijo, “vos ya sabes lo que te espera, por mi vas a hacer el servicio, no
me importa si estas bien o mal”.
Quedé asignado a esa Brigada. Pasó el fin de semana, el lunes completo siempre dando
vueltas, nos llevaban en un lugar a otro.
El martes empezaron las clasificaciones y asignaciones. Había 3 grupos grandes,
Policía Militar, que se encargaba de la vigilancia y seguridad interna, COIN
(contrainsurgencia) que eran los que salían a hacer los operativos y vigilancia
en las calles y Servicios (cocina, limpieza, etc.)
Fui asignado al grupo de Policía Militar.
Allí ya empecé a sentir la adrenalina fluir, la tensión de encontrar el momento
apropiado para hablar y la duda de cuando decir lo que debía decir. Esas horas
fueron de mucha tensión y en incremento. Por eso, por la falta de descanso, por
el cambio a un “mundo todo en verde”.
Nos separaron en grupos y luego del almuerzo nos llevaron al primer piso y
empezaron a asignar los pelotones y entregar la ropa.
Nos separaron en grupos más chicos y nos llevaron al depósito, calculaban el
talle y asignaban la ropa. Allí empezó el zumbido en los oídos, la tensión y
porque no, afloró el miedo. Un amigo testigo de la infancia había muerto a los
golpes en un cuartel un par de años antes. Empiezan a pasar las cosas muy
rápido, la tensión va en crescendo.
Cuando me llamaron para recibir la ropa, había un cabo (un año mayor que yo)
cuando me
quiere entregar el cargo comprendo que había llegado el momento de hablar, mas
tensión, estrés al máximo, sentía que fluía calor en mi cuerpo y el rostro,
sentía algo como una picazón y adormecimiento en el cuerpo, la boca reseca y
pastosa, ya había llegado el momento en donde todo se desencadenaría.
Hice una oración breve y hablé. No recuerdo bien que dije, pero si que aguanté,
tomé aire, y hablé, hable rápido, muy rápido. Se que le dije que no la
aceptaría. El cabo no entendía nada, me preguntó que quería decir eso, y repetí
todo de nuevo, y no supo que hacer, llamó a un superior -luego aprendí que era
un cabo principal- ahora delante del otro me volvió a preguntar y le respondí,
dirigiéndome al cabo principal. Este no dijo nada, me indicó que me quede de
lado y se fue.
Entonces sentí un alivio difícil de describir, los miedos, el temor, el calor, la
sequedad, todo ese malestar se habían ido, me sentía calmo, como nunca antes lo
había vivido.
Ya estaba, el camino había sido emprendido.
Pasó mi grupo y otro, y otro, y seguía allí parado esperando en el “detall” del
depósito de ropa. En un momento apareció un oficial, me preguntó lo mismo, le
respondí, y no dijo mucho.
Me dejaron de lado, y al final de día me mandaron con el grupo en general.
Al otro día me enteré que me trasladaron a la compañía de Servicios, se sacaron
el problema de encima.
Otro día mas esperando con el grupo de conscriptos.
El jueves a la mañana empezaron a entregar la ropa en otra sección del edificio
y de vuelta lo mismo, un cabo, y antes que intente entregarme la ropa me
adelanté, pedí hablar, le expliqué todo (ya mas calmo), el cabo llamó al
suboficial a cargo, llamaron al oficial de compañía, volví a hablar, el oficial
me miro raro, empezó a gritar (no a mi) y se fue.
De nuevo a esperar un par de horas a que terminen la entrega. Allí venían
algunos, me miraban como a bicho raro, hablaban entre ellos y se iban.
Luego vino un suboficial y me dijo “vas al calabozo”. Me llevaron y entregaron a
la guardia y allí directo al calabozo.
Nadie me dijo nada de nada.
Los soldados de guardia (había clase 58 y algunos nuevos de la 59) me
preguntaban que había hecho, no entendían porque uno de civil estaba en calabozo
en el puesto principal.
A eso de las 5 de la tarde, abrieron la puerta, me dijeron “venga, traiga lo
suyo” (tenía un bolso tipo marinero de cuerina con ropa y elementos de higiene)
y me llevaron hasta la punta de la plaza de armas.
Llegamos a un lugar que tenia un cartel que decía “Jefe del Escuadrón Tropas”.
Esperé en la puerta un rato, abrieron y de adentro alguien ordenó que entre.
Había unos 10 a 12 oficiales (en semicírculo) y en el centro uno de baja
estatura, mas viejo, apoyado sobre un escritorio enorme, que luego supe era el
Jefe del Escuadrón Tropas, un mayor llamado De Saa.
El me preguntó que me pasaba y que quería hacer. Me habló tranquilo y bien.
Le expliqué, el me escuchó, todos escucharon, se quedó callado y vi que se
empezó a poner como blanco y a cambiarle la expresión en el rostro.
Le ordenó a un oficial (ya con un tono de voz un tanto chillón y agudo) que me
explique que era desobediencia y que era insubordinación. Este oficial leyó en
voz alta del Código de Justicia militar, me indicó que hasta el momento había
cometido desobediencia, que era algo menor, pero que si insistía en mí conducta
pasaría a algo mayor y sería insubordinación.
Ese oficial me preguntó si comprendía todo, respondí afirmativamente.
El mayor me preguntó si me pondría la ropa, si haría el servicio militar y
juraría la bandera. Le respondí, el tranquilo y con voz pausada y clara
repitió la formalidad dos veces más. Respondí lo mismo.
Se acercó y se puso enfrente, me miró fijo y no dijo nada mas, solo me miraba.
Nunca supe de donde vino la trompada, pero me pego atrás de la oreja izquierda,
caí al piso y allí el mayor empezó a gritar como loco y me pegó algunas de
patadas al cuerpo y luego empezó a pegarme con el bolso que tenía, gritando
“apartidas”, “traidores”, y esas palabras que tanto les gustaba usar como
"bipedo", “targarna” y esas cosas.
Se tranquilizó, los oficiales se quedaron estáticos, hasta que uno me ayudó a
levantarme. Y quede allí parado.
El mayor ya no me miro más y ordenó que me manden al calabozo.
Tiempo mas tarde supe que este mayor el fue el responsable de la brutal paliza
que había recibido un par de años antes en otra base el hermano Almeida que
tiene lesiones hasta hoy día.
Ya estaba todo hecho, nada cambiaría las cosas. La calma que sentí a partir
de que hablé la primera vez ya nunca me abandonó.
El calabozo.
Todos los que estuvimos en un calabozo de cuartel sabemos que no todos los días
es lo mismo. Había un Oficial de Semana, que prácticamente nunca pasaba por
allí, un Oficial de Servicio, que ese día manejaba las guardias y lo que sucedía
en el escuadrón tropas y el jefe de Guardia, un suboficial mayor, un par de
suboficiales menores y soldados de guardia. Las guardias duraban 24 horas.
Así que cada 24 horas, cambiaba como uno podía ser tratado, era mas bien de
acuerdo a la mentalidad y estado de ánimo del Jefe de guardia y si aparecía por
allí o no el Oficial de Servicio.
El cambio de guardia se hacía a las 6 de la mañana, pero los preparativos eran
mas temprano. Era época de dictadura y de enfrentamientos y ellos sabían que
esas eran las horas mas complicadas en caso de ataque, por lo que generalmente a
eso de las 4 (la peor hora para distraerse) se ponían en actividad y uno ya no
podía dormir.
Cambiaba la guardia, llegaba el desayuno (mate cocido y un pan) retiraban el
colchón, y había que quedarse adentro del calabozo sentado sobre la estructura
de metal y flejes que servía de cama. Y no había nada que hacer durante todo el
día. A veces nos hacían baldear la guardia y las celdas.
Generalmente algún soldado se acercaba, preguntaba y algo se hablaba, ofrecían
cigarrillos o caramelos y se podía hablar.
Algunos jefes de guardia hacían dejar las puertas abiertas, otros no. A la noche
algunos hacían que los presos les cebemos mate, había un entrerriano, que le
hacia mate hirviendo, tibio, lavado o nuevo y el hombre no paraba nunca y
generalmente cuando se cansaba recién a uno lo dejaban ir a dormir.
Cada tanto algunos venían y (soldados o militares) y por la reja decían: “a
ustedes hay que matarlos a todos…” y otros “esto no puede ser”. Y así pasaban
los días.
Los días eran eternos, no había nada que hacer, ponían la radio y se escuchaba
música como los “Pastelitos verdes” cantando “Hipocresía”, nunca detesté tanto
un tema musical.
Los primeros días transcurrieron así, luego por una semana (asumo que por
el jefe de semana), todas las noches o no entregaban el colchón y si eso pasaba
tiraban agua en la celda, para que quede medio inundada y uno se moje. A veces
me sacaban los zapatos, cuestión que uno quede en pie, descalzo y tocando el
agua.
Otros mojaban el colchón y la celda.
Hubo soldados que a escondidas me dejaban mantas o me pasaban ladrillos para que
mis pies no toquen el agua, pero pasar la noche parado o en cuclillas era muy
incómodo, no había forma de dormir y luego había que pesar el día parado.
Luego de unos días comenzaron a mandar a un retén a buscarme, me llevaban al
campo de entrenamiento y me tenían de pie 2 o 3 tres horas a la mañana y lo
mismo a la tarde, solo que tenia que quedarme mirando como los demás recibían
“entrenamiento”.
Luego la cosa cambió y o me buscaban o me esperaban 2 oficiales, los Alférez Ceruti y Padilla, uno bajo y medio pelirrojo y el otro alto delgado y muy
blanco. Mucho tiempo después me comentaron que ambos oficiales eran psiquiatras,
habían hecho cursos de inteligencia y lo que estaban haciendo era estudiarnos
para ver si lograban "quebrarnos". También hacían eso con otros presos
por política.
Ambos o se turnaban o estaban conmigo juntos y leíamos en el campo de
entrenamiento al sol, sentados en el pasto, la Constitución Nacional, el Código
de Justicia Militar (de hecho me regalaron uno) y la Biblia. Y luego debatíamos,
por supuesto todo orientado a que yo estaba equivocado y el mundo era verde y
ellos tenían la razón en todo. Pero con total cordialidad y amabilidad.
Ellos planteaban un tema, pedían opinión y se debatía, trataban de rebatir mis
respuestas. Eso duró algo más de 2 semanas.
Luego se cortó. Una mañana me llevaron hasta un costado de la base donde están
los edificios de Justicia Militar y allí tomaron todos mis datos, huellas, y me
informaron que estaba procesado por un delito mayor, que era PPR, (prisión
preventiva rigurosa) y que sería trasladado al “Alojamiento” hasta que fuese
juzgado en el Edificio Cóndor.
Se firmó todo y fui llevado al segundo piso del escuadrón de tropas, al
“Alojamiento”.
Este alojamiento no era nada mas un ala del edificio de tropas, en el segundo
piso, que tenía un pasillo ancho y habitaciones. Estaba cerrado con rejas de un
lado y tapiado del otro. Al principio había una sección para los suboficiales
procesados y al final las 5 habitaciones, baños y duchas que nos tocaban a los
soldados.
Allí seguiría mi historia por más de 2 años en dicha base.
Los gomazos:
En dos ocasiones fui golpeado con “la goma”. No lo incluyo como parte de la
postura, lo que me tocó también le pasó a soldados. Solo estuve allí y me tocó,
no me golpearon por ser TJ.
1) Solian hacer que los que estaban en el calabozo estén parados todo el día
frente a la puerta de la guardia, esto podía ser por unas 8 a 12 horas, sin
moverse. Una vez a la tardecita, de golpe sentí
un dolor terrible y sordo en las pantorrillas y me caí. Y allí en el piso recibí
muchos golpes mas en la espalda a la altura de los hombros. Un oficial que era
comando y paracaidista, porque podía hacerlo y se
le dio la gana, me pegó los "gomazos". No me quedó marca, si mucho dolor
por dias.
Luego me explicaron “que
este sabe pegar” y que la goma no tenía ánima de acero, sino era hueca, que por
eso no tenía marcas externas pero que por el golpe podía haberme cortado fibra
muscular.
Lo mismo le hicieron a un soldado que estaba en el calabozo de al lado. Pero a
el con la goma con ánima de acero. Así compararon cual dejaba mas marcas.
2) Pocos días antes de ser oficialmente procesado, me dieron permiso para ir a
bañarme. Ya llevaba más de 45 días en calabozo. Era preso “fijo” y conocido, me
dieron una toalla y un soldado con su fusil FAL a mano me acompañó hasta las duchas.
Era la primera vez
desde que estaba encerrado que podía ducharme, antes me alcanzaban paños mojados
o toallas y solo me podía mojar y enjuagar en la celda.
Las duchas estaban hacia el fondo de la guardia, en ese mismo momento que íbamos
hacia allí, aparecieron unos tipos encapuchados con capuchas como las del KKK
de color negro o algo oscuro, era de nochecita y casi sin luz, solo vimos a
varios de ellos (uno era enorme, no solo alto, sino muy grande de cuerpo, que
luego identifiqué como a un cabo primero de tropa, no por el rostro sino por su
tamaño) y a 3 civiles, un hombre que para mi en esa época era un “viejo” y dos
mujeres relativamente jóvenes, los tres esposados con las manos adelante.
Eran “chupados” que estaban siendo transportados.
Tanto el soldado como yo, ligamos una paliza de aquellas con goma, trompadas y
patadas, por lo poco que vimos y nos amenazaron para que no digamos nada, de
hecho nos metieron en unas celdas muy pequeñas, la única forma de estar allí era
parados. Las paredes con salpicré.
Allí estuvimos ambos lo que pareció varias horas. Cuando la vista se fue
acostumbrando a la oscuridad y por el tacto con las paredes encontré cabello y
se veían manchas en la pared. Cuando el jefe de guardia mandó a unos cabos a
sacarnos, encendieron las luces y logré ver en esa celda, percibí que allí
habían golpeado a gente y había cabello, sangre y rastros de magullones y piel
humana por la presión contra la pared rústica.
El soldado y yo estuvimos en enfermería unos días para aislarnos y recibir las
curaciones, a mi me tenían esposado todo el día. Y de noche me ponían una esposa
en la mano derecha y me esposaban al respaldo de la cama, y el pie izquierdo con
una esposa enganchada contra el caño del pie de la cama.
Tuve ocasión de declarar sobre todo esto en el Juzgado del Dr. Rafecas por una
causa sobre “vuelos de la muerte en la Fuerza Aérea” y en un juicio que luego se
hizo por la causa de la mansión Seré en un juzgado federal en la ciudad de San
Martín, B.A.
En el juzgado me mostraron un plano de la brigada, y me pidieron que identifique
lugares, para corroborar que conocía y sabía identificar cada área y sección. Mencionaron que esa guardia principal luego fue modificada y destruyeron
la sección donde estaban esas celdas, pero que otros habían testificado sobre
ellas y lo que se hacia allí.