Objetores de conciencia en Argentina

Relatos: La incorporación

Me bauticé en un “franco”.
PERSANO, Luís Gustavo, Clase 1959.


El día 5 de marzo de 1980, me hicieron la despedida en una “discoteca”, ya que si bien asistía a las reuniones, estaba bastante alejado de Jehová y además no estaba bautizado.

El 6 de marzo me incorporé en el Batallón de Comunicaciones de Comando 121, en la ciudad de Rosario, Santa Fe. Mientras formábamos una fila, me preguntaba: “y ahora, ¿qué hago?” Llegó el momento cuando un Sargento me entregó el uniforme militar, le dije que no me lo iba a poner, porque estudiaba con los Testigos de Jehová y me parecía que aprender a matar estaba mal. Que yo no compartía la idea militar.

Llamaron a un Teniente Primero y éste me llevó a un cuarto a solas y me dijo “que no era que debía aprender a matar, que simplemente me pusiera la ropa y estaría unos meses y me iría de baja”, pero le respondí qué no me pondría esa ropa porque creía en lo que dice Jehová en la Biblia;  en realidad ni sabía en qué lugar estaba el texto de que no aprenderíamos más la guerra.

Me respondió que entonces me darían de siete a nueve años de prisión por insubordinación, a lo que respondí que no importaba. Así que me llevaron a un calabozo junto con otros soldados y allí empezó mi vida como preso.

El calabozo estaba sucio, no teníamos ni frazadas, ni colchón. Dormíamos en el piso frío y comíamos sí sobraba algo de los que hacían Guardia. Así pasé días sin comer.

Luego conocí a dos testigos que hacían unos años que estaban allí, lo primero que hicieron fue cortarme el cabello que tenía bastante largo y una vez cortado, me dijeron, “ahora pareces un Testigo”. Eran los hermanos Carlos Velázquez y Sergio Gamboa.

Un subteniente venía casi todas las noches a hablarme de mi familia y me repetía lo mal hijo que era por hacer sufrir tanto a mi madre mi padre y mi hermana, trataba de convencerme hasta que se cansaba y comenzaba a insultarme y patearme.

En dos oportunidades, me levantaron a las 3 de la mañana, formaron un pelotón de fusilamiento con 14 soldados que al sonido del redoble de un tambor y a la voz de “preparen…”, “apunten…”, “¡fuego!”, simularon el fusilamiento. Fue horrible ver esos 14 fusiles FAL apuntándome. 

En ese Batallón estuve un año. En ese período un Sargento con el cual me había hecho amigo me sacó “de franco” del Batallón en el baúl de su auto.  Eso sirvió para qué el anciano qué servía en mi congregación hiciera los arreglos para mi bautismo. Así que en un arroyo cercano a mi me bauticé un 19 de febrero.

Luego me trasladaron a la Prisión Militar de Encausados “Campo de la Ribera”, Cba., donde después de 2 meses me hicieron  el  juicio. El Defensor Oficial no sabía ni lo que significaba la palabra apelación, así que cuándo estuve en él banquillo traté de defenderme como pude, pero la sentencia ya estaba dictada de antemano 3 años y 9 meses. Luego me trasladaron al Instituto Penal de las Fuerzas Armadas en Magdalena, B.A.

Allí trabajé en la Oficina Central y pasó el resto de mi condena, hasta que un día de noviembre me dieron la baja.

El tiempo que estuve preso, sirvió para fortalecer mi fe, hacerme amigo de Jehová y cultivar amistades no solo entrañables, sino eternas. Fueron sentimientos encontrados mientras nos alejábamos. Por un lado sentir la libertad y la felicidad de saber que no le había fallado al Dios que ahora conocía mejor, pero por otro lado, el dolor de dejar a tantos hermanos y amigos que no sabía si alguna vez volvería a ver.

Siempre agradezco a Jehová que me haya permitido pasar por esta experiencia.