Un día me habían sacado del calabozo para limpiar la pieza del sargento de
guardia, que estaba en la cuadra de los soldados.
Mientras limpiaba se me acerca el sargento y me preguntó porque yo no le decía
“mi” sargento. Y que al no decírselo le estaba faltando el respeto.
Le dije que no era así, porque yo siempre lo llamaba “sargento” y nunca le falté
el respeto. Entonces me dice “vaya para el baño…”, pensé que era para limpiar
allí, pero no.
El vino atrás mío y me grito: “dígame MI sargento”, le repetí que no, que le iba
a seguir llamando sargento a secas. Me lo gritó un par de veces más y la
respuesta siempre fue la misma. Entonces sacó el arma y me apuntó y me gritó
“dígame MI sargento…” ahí lo miré fijo y temblando de miedo le dije: “mire, yo
tengo MI Dios, Mi papá, Mi mamá… pero no tengo Mi sargento. Así que lo voy a
seguir llamando solo sargento”.
Me miró como para comerme vivo, al rato bajó el arma y me dijo “retírese”.
Cuando me di vuelta sentí sobre mi humanidad una terrible patada. Me di vuelta y
lo miré como diciéndole: “pero no dije MI sargento…”
A partir de ese día el trato de él fue mucho mejor…