Relato de mi incorporación.
VALLEJOS, Emilio Humberto, clase 1961.
El 7 de enero de 1981 ingresé al Distrito Militar La Plata y de allí me enviaron
a mi destino el Área Material Quilmes, B.A., una unidad de la Fuerza Aérea.
En La Plata ya había dicho que no iba hacer el servicio militar porque era
testigo de Jehová. Por supuesto eso no pasó desapercibido y al llegar a la base
me recibió a las trompadas y sopapos el Capitán Acosta, una mole de casi 2
metros. Ese fue mi "bautismo" de bienvenida.
Por 3 semanas estuve en el hospital de la base porque había dicho que de chico
tuve un soplo en el corazón, me hicieron todos los estudios y el informe fue que
no me impedía hacer ejercicios.
Así que me regresaron a la compañía. Me llevaron a una pieza en el cual me
dejaron parado desde la mañana hasta la tarde. A eso de las 20 horas entraron el
Capitán Acosta y otros 5 oficiales. Primero hubo un interrogatorio. Respondí lo
que me dejaban responder, pero hubo momentos en que me quedé callado porque no
valía la pena responder algo, luego recibí otra paliza por parte del capitán.
Después de esta segunda "bienvenida" me llevaron al calabozo en la guardia. Pasé
mi primera noche orándole mucho a Jehová, hasta con lágrimas, porque como a
muchos les pasó, este era un mundo desconocido para mí.
Compartí la celda con 4 presos de clase anterior que estaban detenidos por robo
y un desertor de 27 años.
Los primeros meses fueron difíciles porque no me dejaban ver, ni a mi familia,
ni a los hermanos que venían a visitarme. Los veía entrar y salir por una
ventana del calabozo que estaba a un costado de la entrada. Fue muy doloroso.
A los 8 meses me tocó ir al juicio militar y fui condenado. A partir de ese
momento me permitieron salir a trabajar en la base, cortar el pasto o barrer
algún galpón donde estaban los aviones militares. En realidad eso dependía de
quien estaba de guardia.
Con el tiempo me asignaron a trabajar de ayudante del cocinero en el Casino de
Oficiales. Allí un empleado civil fue muy bueno conmigo.
Allí pude dar testimonio a un Brigadier y a un Comodoro que estaban presos en la
base. Gracias a ello pude conseguir que nos pusieran camas en el calabozo, ya
que solo teníamos los colchones en el piso. Y además me llevaba lo que
generalmente sobraba del casino.
Fue una bendici6n haber elegido como "defensor" al Subjefe de la base, un
Vicecomodoro de la base que como el decía “por humanidad” me permitió salir a
trabajar.
También entiendo que Jehová permitió que pasara una experiencia como esta ya que
pude dar testimonio a montón de gente que desconocía quienes éramos los Testigos
de Jehová, incluidos los civiles que allí trabajan.
Para Enero de 1982 (no recuerdo la fecha exacta) se incorporó Jose Luis Piedrozi,
esto fue un alivio muy importante tanto para el como para mi.
A los 14 meses de estar allí me dejaron salir mi primer franco. Lo llamativo es
que lo autorizó el mismo Capitán Acosta que me dio la "bienvenida" 2 veces.
Pero primero me puso a prueba un fin de semana antes. Me mandó a comprar unas
galletas y una gaseosa al kiosco que estaba a una cuadra, afuera de la base, por
la Avenida Otamendi. Los guardias de la entrada no lo podían creer y no me
dejaban salir, uno de ellos se comunicó con la guardia y allí le dieron la orden
que me dejen salir, pues lo autorizaba el Capitán. Sintieron alivio cuando me
vieron volver.
El siguiente fin de semana salí de franco.
Para mediados de mayo de 1982 me trasladaron a Magdalena.