Objetores de conciencia en Argentina

Relatos: La incorporación

“El chancho”
MEDINA, José Alberto, Clase 1961.


Me presenté para la incorporación en el Distrito Militar La Plata, B.A., y a medida que pasaban los días fuimos juntándonos hermanos hasta que llegamos a ser 7, Fernando Gaertner, Salvador Chimenti, Pedro Rivero, Agustín Juárez, Daniel Camino, Juan Maidana, Vicente Lucrecia y yo.

Llego el día en que nos suben a un Unimog y nos trasladaron al Penal de Magdalena. El penal se manejaba con una guardia interna de Gendarmería y una guardia externa de Ejército. Siempre el Director del penal correspondía a un oficial del Ejército. La dotación de soldados de ejército era de aproximadamente de 100, entre ellos estábamos nosotros ocho.

La cuadra (el lugar donde duermen los soldados) se encontraba dentro del mismo penal. Como era verano y lo primero que nos mandan es a bañarnos, decidimos no decir nada hasta después de hacerlo. Al volver del baño un Capitán ordena a todos ponernos la ropa de fajina, nosotros empezamos a ponernos la ropa de civil que llevábamos puesta, él Capitán pregunto a uno “¿y usted porque se pone esa ropa?”, quien le respondió “porque soy Testigo de Jehová”, así nos identificamos todos y nos hizo salir afuera.

Al rato apareció con el Director del penal y nos hizo llamar de a uno, nos dice “que estar en la cárcel es muy difícil, que puede darnos un puesto como soldado sin que nadie se entere y que así después de un año estaríamos libres”. Mientras hablaban con uno, los otros siete hacíamos oraciones, después de hablar con todos y al ver que ninguno transigió nos dijo: “ahora van a conocer el chancho”, y es así que con una guardia nos llevaron dentro del penal donde estaban alojados los presos.

Mientras hacíamos este recorrido mirábamos a todos lados, sabíamos que había muchos de nuestros hermanos pero no pudimos ver a ninguno. Después entendimos que normalmente cuando uno llega lo mantienen incomunicado para poder amedrentarlo, la primera impresión que me llevé al entrar al sector de los calabozos fue ver a un preso muy desalineado con barba y con cara poco amistosa.

Nos introdujeron en el famoso “chancho”, un calabozo de 1 x 1 metro, con puerta de reja y amenazándonos nos dice que estemos de pie, cara a la pared y sin hablar, esto fue a eso de las 17 horas,  medida que pasaron las horas empezaron a tirarnos agua, esto sumado al hecho que no nos dejaban ir al baño hacía imposible el sentarse.

Durante la noche un preso se acercó y pasando su brazo entre las rejas mando un puntazo con una “faca”, Juan alcanzó a verlo y lo esquivó, yo quedé pegado a la puerta de reja. El puesto de guardia se encontraba a 30 metros, era imposible aguantar toda la noche parados, así que yo me quedé pegado a la reja escuchando para avisar si se acercaba algún guardia, de esta manera podíamos descansar en cuclillas por lo menos. Fue un momento de mucha tensión, más de una vez di falsa alarma.

A eso de las 5 de la madrugada cuando literalmente estábamos exhaustos, pasó un preso por el pasillo silbando un cántico, la nuestra fue una reacción instantánea, nos levantó  el ánimo, luego nos enteramos que este era uno de los hermanos que trabajaban en panadería, por eso estaba levantado tan temprano.

Nos dimos cuenta también que sabían que estábamos ahí, entre las 7 y las 8 es cuando se levanta todo el penal van a formación y luego son despachados a su lugar de trabajo, entre la cantidad de presos que pasaban por el pasillo frente a nuestra celda rumbo al patio donde formaban empezaron a llovernos papelitos que contenían textos y palabras de estímulo, uno se animó a acercarse y se prendió a los barrotes de la puerta para darnos palabras de estimulo, a esa hora también hay cambio de guardia, en la distracción del cambio de guardia los hermanos nos alcanzaron una bolsa de pan caliente y cascarilla para tomar. Después de haber pasado toda la noche con frío y sin comer nada, eso también nos reconfortó mucho.

Cuando vino un gendarme de la guardia entrante nos preguntó quién nos trajo eso, pero no podíamos informarle, si no conocíamos a nadie, durante todo el día nos hicieron trabajar limpiando, dejaron que limpiáramos nuestra celda, siempre teniendo el recaudo de no tener contacto con nuestros hermanos.

Llegada la noche nos dejaron tranquilos, sin embargo el calabozo era tan chico que apenas entrábamos los 8 sentados con las piernas recogidas, de pronto a la noche vimos que de una escalera que daba a los pabellones del 1er piso bajó alguien con mantas y nos la entregó sin que la guardia lo vea. Gracias a este hermano pudimos pasar la noche más abrigados.

Llegó la mañana, apareció un gendarme y lo primero que hizo fue preguntar quién nos había dado las mantas, sencillamente le dijimos que no sabíamos ya que no conocíamos a nadie, enojado dijo: “denme las mantas”, y las colocó en el calabozo contiguo que estaba vacío y se fue diciendo: “ahora vamos a hacer una requisa para saber quien fue y tendrá su merecido”.

Algo para tener muy en cuenta es que nuestros hermanos en ese tiempo la pasaban bastante mal, me han contado que por cualquier motivo les daban una verdadera paliza y ni que hablar en pensar en tener un franco. Nosotros 8 no vivimos esto porque solo estuvimos un fin de semana después nos mandaron a otro destino y volvimos al penal 2 años después cuando había cambiado de director y el régimen era otro.

El gendarme se fue vociferando yendo a buscar al Oficial de Guardia para hacer la requisa (la requisa consistía como se ve en algunas películas hacer parar a cada preso en la puerta de su celda y revisar lo que tiene, de esa manera sería fácil encontrar al que le faltaba las mantas) lo cierto es que mientras el gendarme se fue un hermano como una saeta bajó por la escalera, agarró las mantas ya que el calabozo de al lado estaba abierto y subió rápidamente, para cuando volvió el gendarme con el oficial este le dice “¿donde están las frazadas?”

El gendarme nos pregunta a nosotros y nosotros con la misma respuesta, “como vamos a saber si no conocemos a nadie”, y así se fueron masticando bronca por el pasillo.

No pudimos darles gracias a los hermanos que hicieron esto ya que como dije nos trasladaron al otro día pero nunca voy a olvidar lo que hicieron por nosotros.

El lunes nos llevaron al regimiento 7 de La Plata, estuvimos 2 días, intentamos mantenernos juntos, pero en un momento fueron llamando por lista y terminamos los 6 separados de Chimenti y Gaertner.

De madrugada nos levantaron y trasladaron en un Unimog, y luego nos subieron a un avión de trasporte “Hércules”. Después de unas horas nos bajaron en un lugar inhóspito, con mucho frío, nos vuelven a subir a un Unimog y después de horas nos bajaron en un pueblito, era la primera vez que un regimiento se instalaba allí.
Usaron un cine viejo como alojamiento, estábamos en el pueblo Comandante Luís Piedrabuena a unos 250 Km. de Río Gallegos, S.C., tratamos de saber de Fernando y Salvador pero no estaban allí. Estuvimos allí aproximadamente 2 meses pasando algunas presiones. Como no tenían calabozo decidieron enviarnos a Río Gallegos donde allí había varios regimientos y tenían calabozos en la guardia.

Estábamos un poco desanimados, veíamos que a cada lugar que íbamos era como que teníamos que pagar derecho de piso. Llegamos a la guardia y al entrar al calabozo vimos sentados en el piso a Fernando Gaertner y a Salvador Chimenti con la mirada triste pero todo cambió al vernos. Fue un estímulo mutuo, como si JHA hubiese arreglado todo.

Estábamos los ocho en el calabozo en Río Gallegos, el primer tiempo fue de predicar como nunca en nuestras vidas, ya que los soldados que estaban de guardia venían a preguntarnos porqué estábamos presos, gracias a este contacto conseguimos 2 biblias. Gracias a estas pudimos hacer el primer memorial leyendo pasajes y recordando lo que podíamos, a veces preparábamos un tema especifico y lo apoyábamos con textos, estas consideraciones las hacíamos en un rincón del calabozo donde no se veía desde la reja de este y por supuesto en voz baja.

Debido a esto a un cabo que nos tenía bronca al no vernos y sentir que hablábamos bajo gritó desde la reja: “que están haciendo, que no los encuentre haciendo nada raro porque la van a pasar mal” y le dijo a un soldado que le abriera la reja mientras tanto escondimos las biblias en un rincón donde teníamos ropa.

Nos hizo pasar de a uno al otro lado del calabozo palpándonos para ver si llevábamos algo encima y nos mandó poner manos contra la pared después de pasar todos y no encontrar nada preguntó: “¿qué hay en esas cajas?”, “ropa” contestamos , dijo “a ver soldado, empiece a sacar la ropa una por una”, al ver esto empezamos a orar mientras alguno miraba de reojo lo que pasaba, fue así que cuando el soldado encontró una Biblia, al cabo le dio ganas de estornudar y se dio vuelta, el soldado puso la Biblia entre la ropa y la pasó, bueno dijimos pasó una, el soldado siguió sacando ropa y al cabo le dio ganas de estornudar de vuelta y el soldado encontró la otra Biblia e hizo lo mismo, la pasó escondida entre la ropa. Al terminar de revisar y no encontrar nada el cabo dijo: “bueno, pero que no los encuentre haciendo nada raro” y se fue.

Fue otro momento en que sentimos la mano de Jehová.