Creí que estaba solo…
MANTELLO, Sergio Rubén, Clase 1959.
Esto sucedió el año 1978, en la Primer Brigada Aérea El Palomar, B.A. Para la
fecha del memorial de ese año ya estaba procesado, hacía pocos días que me
habían trasladado del calabozo hasta el “Alojamiento” que era donde se mantenía
detenidos a los que esperaban el juicio.
El “Alojamiento” estaba en el segundo piso del Escuadrón Tropas, era una sección
del edificio que se había cerrado con rejas en la entrada. Había un pasillo
amplio y largo que hacía de corredor, de un lado estaban las habitaciones y del
otro las rejas que daban al Patio de Armas.
La custodia la hacía la Banda de Música y Guerra. En la primer sección estaban
los suboficiales procesados y luego estábamos los “soldados” procesados.
Todavía estaba incomunicado, mi familia aun no sabía donde estaba y yo no conocía
a nadie en la zona. De hecho solo sabía el nombre de la brigada, pero no tenía
idea de donde quedaba. Aun era el único testigo detenido allí.
Nunca me sacaron la Biblia que había llevado con mi ropa. Sabía que ese jueves 23 de marzo de 1978 era
la fecha del memorial.
Ese día temprano en la mañana me avisaron que en la reja de entrada un soldado
de guardia empezó a llamar “al testigo”. Quería que me presente en la reja.
Fui hasta allí y el soldado me dijo “testigo, te quieren hablar…”.
A su
lado estaba un hombre de unos 30 años vestido con un overoll azul, eso lo identificaba como
empleado civil de la Fuerza Aérea. Antes lo había abajo visto a través de la
reja, pero no sabía quien era o que quería.
Se presentó, me dijo que se llamaba Alejandro y era el calderero de la cocina de
la base (mucho del trabajo de mantenimiento lo hacia personal civil).
El soldado se alejó. Entonces Alejandro me preguntó si era “el testigo”,
le dije que si, extrañado, no entendía bien que estaba sucediendo y le dije mi
nombre.
Entonces me hizo una seña como indicando que disimule y me pasó a través de la
reja una bolsita de plástico blanco que sacó del bolsillo del overoll diciendo:
“esto te lo manda mi hermana que también es Testigo de Jehová. Le
mencioné que había uno de ustedes acá y me pidió que te acerque esto.”
Me
saludó y se fue rápido.
El corría cierto grado de riesgo, pues allí había una fuerza de tareas y
estábamos en plena proscripción. En esa época torturaban gente allí en la base.
Me retiré rápido de la reja de entrada hacia mi sección y cuando llegué a la
habitación revisé la bolsita. Envuelto en un papel blanco había un pan ázimo y
una botellita de vidrio con vino tinto.
Para poder estar solo, esa noche salí al pasillo y frente a las rejas -la luna
iluminaba bien- hice una oración, recordé mentalmente y en silencio el
relato bíblico, oré por el pan, por el vino y pude hacer el “memorial”.
Nunca supe quien fue la hermana tan generosa.
Al principio creí que estaba solo, pero no era cierto, Jehová y mis hermanos
estaban a mi lado.
Mientras estuve preso no me perdí ninguno de los 4 memoriales que pasaron.