“Los voy a ir a saludar”
JUÁREZ, Raúl Horacio, Clase 1963.
Soy Raúl Juárez, estuve en el Penal de Magdalena desde septiembre de 1982 hasta
inicios del año 1986.
Fuí asignado a trabajar en el Casino de oficiales, allí también estaban Eduardo
Vera, Jesús Cueva, Sergio Bognani y “el zorro” Martínez.
Fuimos asignados a atender como camareros a los generales que habían sido
condenados por ser los comandantes durante la dictadura militar. Ellos estaban
alojados en el Barrio Militar, en la casa que estaba al lado de la entrada
principal y cada uno en su pieza.
Así que atendíamos al Teniente General Jorge Rafael Videla (Ejercito), Almirante
Emilio Eduardo Massera (Armada), Brigadier General Orlando Ramón Agosti (Fuerza
Aérea), Teniente General Roberto Eduardo Viola (Ejercito) y el Almirante Armando
Lambruschini.
Cuando nos íbamos de franco ellos a veces nos daban algo de dinero. Fue algo que
salía de ellos, nunca les pedimos nada.
A mí me decían Horacio (mi nombre es Raúl Horacio)
La fecha de mi baja era el domingo 2 de febrero de 1986, por ello la adelantaron
al viernes 31 de enero de 1986.
Fui a despedirme de todos ellos. Ingresé a la casa por la cocina, al lado estaba
el comedor, allí estaban ellos. En ese momento Videla estaba leyendo el diario
La Nación.
Le dije: “general, vengo a despedirme porque mañana me voy. Ya cumplí con mi
condena”.
El me dijo “y ¿no se anima que quedarse un tiempito más con nosotros?
Le respondí “no, no, yo ya cumplí, ya cumplí con lo que me condenaron”
El me contestó: “no, se lo digo en broma, Horacio, lo digo en broma”.
Y en ese momento, continuó: “la verdad Horacio, que nosotros tenemos que
aprender mucho de ustedes” y siguió “la humildad, porque si ustedes nos hubieran
hecho a nosotros lo que nosotros le hicimos a ustedes, seguramente no lo
hubiéramos atendido como ustedes nos atendieron a nosotros” y continuó “la
verdad que muchas gracias, muchas gracias”. Dijo eso y siguió leyendo.
Seguí despidiéndome de los otros y al salir cruce delante de Videla, y le dije
“bueno general que lo pase bien” y seguí para la cocina yéndome.
Cuando llegué allí me llamó “Horacio, venga, venga” (creí que me iba a dar algo
de dinero, cosa que no sucedió) me dijo “la verdad Horacio, que nosotros
teníamos una impresión de los testigos de Jehová. Pero ahora, ¿sabe qué? Sabemos
lo que verdaderamente son. Sigan así”.
Y ahí terminó la conversación con el hombre, lo saludé y me retire.
Cuando salí de ese lugar tenía una alegría inmensa ya que pudimos poner en alto
el nombre de Jehová.
Entré a Magdalena sin ser testigo, ahí me dediqué y ahí me bauticé.