Lo que relataré ocurrió después de las elecciones de octubre de 1983, cuando
ganó la presidencia de la Nación el Dr. Alfonsín, comenzaba el gobierno civil,
después de años de dictadura militar.
El presidente tiene la facultad de conceder amnistía a las personas que están
presas. Aquellos que se encontraban detenidos en ese momento podían enviar una
carta al presidente de la Nación, explicando por qué razón solicitaban la
amnistía.
Para enero de 1984, yo trabajaba con Carlos Coronel, (quién, como yo, se
encontraba detenido por negarse a prestar servicio militar), en la Oficina
División Central del Instituto Penal de las Fuerzas Armadas en Magdalena, B.A.
En esa oficina había dos secciones. En una de estas secciones, la de Asuntos
Legales, en la que trabajaba Carlos Coronel, estaban los legajos de todos los
presos en el penal. En ésta sección se redactaban las cartas de los internos de
las distintas fuerzas armadas, pidiendo la amnistía, luego se elevaban al Jefe
de la Unidad y éste las enviaba a la Casa Rosada.
En la otra sección se hacían las listas de franco o de licencias, yo trabajaba
en esta sección.
En una oportunidad, Carlos me dijo que los ancianos de la congregación Este, La
Plata (que estaba encargada de Magdalena y de la cual éramos todos
publicadores), le habían pedido que haga un informe de quiénes eran los testigos
que estaban presos que incluyera ciertos datos como: fecha de incorporación, en
qué unidad, fecha del juicio, tiempo de condena y otros detalles de cada caso.
Esa información estaba disponible en los legajos de los internos, que teníamos
en la División Central.
Le dije que sí, que estaba dispuesto a hacerlo, aun sabiendo que correríamos
algunos riesgos; porque esa era información muy sensible y, si nos descubrían,
el castigo podría ser muy severo.
Juntos oramos a Jehová, pedimos su guía y nos determinamos a cumplir con la
tarea. Sabíamos que esto se tenía que hacer con mucho cuidado y discreción.
Carlos insistió en que no debía contarle a nadie lo que estábamos haciendo, que
era algo confidencial y debía mantenerlo en absoluto secreto. Me comprometí a
hacerlo y cumplí mi palabra.
No podíamos hacer nada en la oficina de División Central, porque había un
subteniente nuevo, de apellido Varela que vivía en el Casino de Oficiales y,
como no se iba del casino en sus días libres, estaba todo el tiempo dando
vueltas por allí, lo que hacía a esa oficina un lugar inseguro.
Carlos habló con los hermanos Jorge Coria y Jorge Da Silva, también detenidos,
que trabajaban en la oficina de la División Cultura, (donde estaban las llaves
de todos los pabellones y oficinas de la prisión), pidiendo que nos permitan
trabajar allí fuera de horario. Ellos nos facilitaron copias de las llaves de
esa oficina.
Este lugar era ideal, porque desde donde trabajábamos nosotros, seguiamos por el
mismo pasillo, cruzábamos la enfermería, doblábamos a la derecha y al final de
otro pasillo teníamos la puerta de la División Cultura. Era una oficina que
estaba bien al fondo de todo, lo que hacía muy improbable que el Subteniente
Varela llegara a ese lugar. También teníamos la seguridad de que el sargento de
ejército Ruiz, encargado de la enfermería, no aparecería por allí un fin de
semana.
Era el espacio más práctico para mover los legajos y transcribir toda la
información. Otra ventaja era que podíamos escribir a máquina, sin que se
escucharan el ruido, además podíamos encerrarnos con llave para que no existiera
peligro de que alguien nos sorprenda trabajando.
Analizamos muy bien cómo organizarnos, pues al final de uno de los pasillos
estaba la guardia de Gendarmería, era peligroso porque en cualquier momento
podríamos cruzar a alguno de los gendarmes que estuviera de guardia,
encontrarnos con el sargento o algún soldado de la enfermería.
Nadie debía vernos transportando los legajos de los presos.
Volvimos a pedirle la guía y protección a Jehová y comenzamos el trabajo, un
sábado temprano. Retiramos cerca de 20 legajos por vez, los movíamos de oficina,
hacíamos las copias de los datos solicitados y los regresamos al archivo, y
durante todo el día repetíamos la misma secuencia.
En esa época éramos cerca de 240 testigos de Jehová detenidos, así que nos llevó
dos fines de semana hacer ese informe.
En División Cultura había una máquina de escribir Olivetti, con un carro grande,
elegimos unos papeles grandes también y nos abocamos a la tarea. Tabulamos la
información que ellos necesitaban y la que nosotros teníamos.
No fue fácil, porque los legajos eran completos y había que buscar algunos datos
muy específicos como: nombre completo, DNI, clase, fecha de la incorporación,
fecha de juicio, condena, fecha de baja.
También se necesitaba saber de que congregación era cada detenido. Eso era algo
más difícil de saber, salvo en algunos casos de hermanos conocidos. No podíamos
preguntar a todos a que congregación pertenecían, porque eso dificultaría
mantener en secreto este trabajo, a veces solo podíamos saber de qué ciudad
eran.
El delito militar de insubordinación, del que nos acusaban, se castigaba con
prisión mayor a 3 años, por lo que el tipo de procesamiento se denominaba
Prisión Preventiva Rigurosa (PPR). En esa época, además de las restricciones que
imponía con el procesamiento, por cada dos días de detención previa al juicio
solo se contaba uno.
Por ejemplo si alguien estuvo 200 días esperando el juicio, se le computaban 100
y se perdían los otros 100 días. Esto hacía que la condena real de 3 años, fuera
en realidad de 3 años, más 100 días.
El cálculo de la fecha de baja lo hacía el Consejo de Guerra y quedaba asentado
en el legajo de la sentencia. Así que en el penal cuando recibían a un
condenado, éste llegaba con su expediente y la fecha de baja ya determinada.
Pese a los obstáculos, terminamos de copiar todos los legajos y un sábado,
cuando salimos de franco, sacamos esos papeles del penal escondidos en las
pantorrillas y nos fuimos a La Plata.
Cómo la reunión era el día domingo, esa noche nos quedamos en la casa de Jorge
Rivero y al otro día fuimos a la reunión de la congregación Este, La Plata, alli
Carlos entregó todo el material. Nos dijeron que esa información iba a ser
entregada a unos hermanos abogados.
El resultado de toda esa información que logramos sacar fue que, a los que
estuvimos en prisión PPR (Prisión Preventiva Rigurosa), nos devolvieron esos
días perdidos en el juicio.
Por ejemplo, en mi caso tenía que cumplir la condena el 31 de diciembre de 1984
y salí el 5 de julio de 1984. Así que me devolvieron los seis meses que estuve
en el calabozo.
Esto ocurrió con todos los hermanos que estaban detenidos en ese momento.
Algunos recibieron la baja de inmediato, porque con este nuevo cálculo ya habían
cumplido la condena.
Evidentemente, Jehová bendijo este trabajo, y muchos hermanos recibieron la baja
mucho tiempo antes de lo que tenían previsto.
Toda esa información pasaba por nuestra oficina, por nuestras manos y nos alegró
mucho conocer todos estos casos.
Esto me demuestra que Jehová siempre está atento a sus siervos, en especial a
aquellos que están pasando por situaciones difíciles.
Cuando me dieron las indicaciones para esta tarea, me dijeron que esto lo tenía
que saber yo y nadie más, me comprometí a guardar el secreto y lo hice. Pasaron
40 años, y solo cuando me indicaron que podía hacerlo, lo conté.
Lo hice porque sabía que era una muestra de lealtad a Jehová, guardar esta
información era fundamental, y creo que ahora es el momento de contarlo a todo
aquel que lo pueda leer, para fortalecer su decisión de servir a Jehová en todo
momento de su vida…
Nota: Estas fotografías del mismo tipo de listado son de un año
después, por lo que da la pauta que los abogados siguieron trabajando con este
tema por un tiempo mas. Allí se ve que se indica la fecha de bautismo. Para el
año 1985 obtuvieron la autorización del Director de Penal para tener las
reuniones libremente. ya todo era mas abierto, sin restricciones. Por eso se ven
los datos del bautismo en el listado.
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