El 16 de mayo de 1986, salí de licencia por
última vez. Aunque podría haber salido hasta la fecha de mi baja, decidí volver
el miércoles 28 y dar el discurso n° 1 en la reunión de la Escuela, y despedirme
el domingo 1º de junio conduciendo la revista La Atalaya.
Después de tres años, tres meses y nueve días llegó el momento de salir de baja
de mi condena militar; era el lunes 2 de junio de 1986. Según estaba
establecido, los internos cumplían su condena a las 12.00 hs. del día de su
baja; así es que yo podría haberme ido ese mismo mediodía, pero me quedé un poco
más.
Recordaba que cuando había llegado en 1983 un hermano se quedó tres días más y
antes de ese me contaron de otro que se había quedado una semana, por no querer
despedirse de los amigos que había formado allí. En ese tiempo, como tierno que
era, me parecían extrañas esas conductas, ahora… las entendía en carne propia.
No quería irme tan pronto, como a mi me parecía que había llegado todo, y eso
que cuando me faltaban más de dos años los testigos presos anteriores a mi clase
me decían que no me preocupara por lo que me faltaba, porque “todo llega”.
Esa mañana le entregué las llaves de la imprenta, depósito de logística,
combustibles, cine y encuadernación a mi compañero Roberto “el ruso” Vanini.
Para mí el último mes llegó demasiado rápido, y es como si me hubieran quedado
cosas sin hacer antes de irme y las quería terminar ahora. Pero no importa,
encontré la excusa perfecta para quedarme por lo menos hasta la noche; la
selección de fútbol Argentina jugaba su primer partido este día en el mundial de
México contra Corea del Sur. Así que almorcé y me quede a ver el partido sentado
junto a Alejandro Ramos y otros hermanos en las butacas del cine viendo el
partido por televisión.
Después de éste espectáculo deportivo, llegó la triste despedida a mis queridos
compañeros, con el consuelo de saber que ellos pronto quedarían libres de esta
experiencia vivida.
Al salir del edificio por la puerta del frente me encontré con el Tte. Coronel
Martinucci (director que reemplazó a Casañas); caminando hacia la salida
conversamos sobre el trabajo de la selección en el partido de fútbol y nos
despedimos; entregué en la guardia externa un papel que firmado por el Director
decía: “Orden de salida por cumplimiento de condena”, y al encaminarme a la
salida me saludó aquel excomandante con el que acostumbraba a jugar al frontón,
Emilio Massera, quien me deseó mucha suerte por mi nueva libertad.
Tomé el micro Río de la Plata hasta la ciudad de La Plata, y de allí a casa en
el micro 338. Las dos horas de viaje no me alcanzaban para ver la nueva realidad
en la que me encontraba; libre y con algunos proyectos por delante, como el de
servir en mi congregación local con la experiencia que había recibido en
Magdalena.
Esta prueba había terminado, y estaba agradecido a mi maravilloso Creador y Dios
Jehová por haberme dado su espíritu para mantener lealtad a sus principios y
haber respondido a su cariñosa invitación registrada en la Biblia en el
Proverbios 20:27: “Se sabio hijo mío, y regocija mi corazón, para que pueda
responder al que me esta desafiando con escarnio.”